Los padres del Libertador – Juan de San Martín y Gregoria Matorras – eran españoles, ambos originarios del reino de León.
Juan, el padre de San Martín, había nacido en Cervatos de la Cueza, una humilde aldea leonesa en España. Militar desde los 18 años, le fue encomendado en 1764 continuar sus servicios en el Río de la Plata. Estando en la Banda Oriental (actual Uruguay) conoció a Gregoria, quien había llegado a estas costas acompañando a un primo que aspiraba a colonizar la región chaqueña. Se casaron y tuvieron 5 hijos.
El padre fue un destacado militar que al momento del nacimiento de su quinto y último hijo, José Francisco, ocupaba el cargo de Teniente de Gobernador del Departamento de Yapeyú, antigua cabecera de una misión jesuítica. Los cuatro hijos varones siguieron la carrera militar del padre, pero solo José regresó a su tierra natal para participar de las guerras de la independencia.
Yapeyú, cuna del Libertador y cuyo nombre completa es Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, fue fundada el 4 de Febrero de 1627 por el padre jesuita Pedro Romero. Con el tiempo llegó a ser el más grande centro ganadero rioplatense, además de destacarse por sus fábricas de zapatos e instrumentos musicales. San Martín nació allí el 25 de Febrero de 1778, diez años después de la expulsión de los jesuitas y cuando el pueblo ya se encontraba en decadencia. En 1785 viaja a España junto a su familia.
Al llegar entró en el Seminario de Nobles de Madrid, colegio aristocrático instituido por Felipe V al empezar el siglo.
En la península siguió la carrera militar y adquirió una valiosa experiencia en las guerras contra Francia, que luego volcaría en América. También ilustró su pensamiento con ideas libertarias de los hombres de la Ilustración.
Luego ingresó como cadete del Regimiento de Infantería de Línea n° 20 Murcia “EL Leal”, a la edad de 11 años.
Su primera jornada tiene por teatro el Africa de los Moros, junto con el teniente de artilleros don Luis Daoiz, que los franceses han de fusilar en Madrid el 2 de Mayo de 1808. De Melilla pasa a Orán en 1791; en Orán, situada por el enemigo, soporta el fuego de treinta y siete horas, hasta que la ciudad queda reducida a escombros. José tiene apenas 13 años, un buen comienzo para semejante soldado.
Con solo 15 años es nombrado oficial.
Su segunda jornada se realiza en Rosellón, al mando del General Ricardos. Ahora combate contra los aguerridos ejércitos de Francia, en territorio francés. El ejército español ha atravesado los Pirineos para atacar al enemigo en su propio territorio. El cadete argentino lucha en las batallas de Masdeu y Truilles, y en varios combates defensivos; y en la toma triunfal de San Telmo, de Port Vendres, de Collioure, hasta llegar a las puertas de Perpiñan. El General Dagobert manda al ejército de Francia. La guerra de Rosellón concluye con la derrota española. Corre el año 1795.
San Martín que ha militado valientemente en las filas de Murcia, es ascendido a los 17 años a teniente, sobre los campos de la acción.
Su tercera jornada es en el mar. El Teniente San Martín, con su batallón se ha embarcado en la escuadra española del Mediterráneo para combatir contra Inglaterra. Ahora España es aliada de Francia. En la escuadra inglesa navega Nelson, que aún está como San Martín, en vísperas de la gloria. Se sucede entonces la derrota española de San Vicente, el 14 de Febrero de 1797, donde el futuro vencedor de Trafalgar y el futuro vencedor de Chacabuco luchan en campos adversos.
El 15 de Febrero de 1798, la fragata Santa Dorotea, en la que va San Martín, es atacada por el Lyon, poderoso navío inglés de 64 cañones. El asalto es desigual y terrible. La Santa Dorotea se rinde y José Francisco es tomado prisionero; ahora conoce también las emociones de la derrota.
La cuarta jornada ocurre en tierras de Portugal y tiene dos episodios: en el primero, en 1801, al frente de una compañía del Murcia, San Martín pasa a la frontera de los Algarves y asiste al sitio de Olivenza, que se rinde si combatir. El segundo episodio acaece en 1807, después del Tratado de Fontainebleau , figurando en el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor, a las órdenes del Gral. Solano, quien comanda un ejército de 6000 hombres, con el cual rinde la plaza de Yelves sin derramamiento de sangre. Entre ambos episodios San Martín toma parte en el bloqueo de Gibraltar.
España anda a la sazón enredada en la política de Francia, que ha hecho su aliada, y en rivalidades con Portugal que sirve a Inglaterra.
San Martín ve entonces la desmoralización de un régimen que se derrumba, y las intrigas dinásticas de los reyes que profanan sus tronos.
La quinta jornada empieza con la invasión napoleónica. Ahora ve a los reyes cautivos del corso aventurero, mientras los pueblos sublevados invocan, no al Rey, sino al pueblo y a la patria. En Madrid ya ha sido fusilado junto con otros insurrectos, Daoiz, el camarada de San Martín en Orán, durante aquellos episodios de sangre que Goya represento tan bien.
El ejército de Andalucía, que manda el Gral. solano, comienza a moverse. El aire es de epopeya en toda la península: de un lado Napoleón con sus águilas, del otro el pueblo español con sus leones. San Martín está de parte del pueblo contra el invasor imperial. Se oyen gritos de venganza y de independencia. Los municipios y las multitudes civiles asumen la representación de España acéfala. Sopla ya un espíritu nuevo que no tardará en pasar al nuevo mundo.
La Junta de Sevilla insta a Solano para que se ponga al frente de la insurrección libertadora en Cádiz, mientras el pueblo amotinado pide al general que ataque a la escuadra francesa, fondeada frente al puerto. El general Solana vacila, la muchedumbre gaditana asalta el palacio. El ahora Capitán José de San Martín, oficial de guardia ese día, reconcentra la tropa en el edificio y atranca la puerta. El pueblo derriba la puerta a cañonazos e invade la residencia. El General Solano huye por la azotea pero lo amotinados lo alcanzan y lo despedazan. San Martín queda para siempre aleccionado por aquel suceso. Llevará siempre consigo en su cartera un retrato del general Solano, para no olvidarse que ha visto a su digno jefe brutalmente inmolado sin que haya él podido evitarlo, y además ha visto la cara de la gorgona, la multitud y el monstruo en uno de sus raptos de furor.
Su sexta jornada. La guerra de la independencia española continúa, entretanto, sin volverse a mirar a sus víctimas. José de San Martín sigue en las filas del Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor. La junta de Sevilla lo asciende a ayudante de su regimiento, que se incorpora al regimiento de Andalucía, mandado ahora por el General Castaño. Dupont, al frente del ejército francés, viene franqueando la Sierra Morena hacia el Guadalquivir. La avanzada española sale al encuentro y en Arjonilla toman contacto con el enemigo. San Martín, al divisarlo, acomete con veintiún jinetes, sostenido por un pelotón de infantería. Los franceses, al ver aquel grupo audaz que los ataca, esperan en formación. San Martín despliega a sus caballeros en batalla, y avanza con ellos con su sable en mano.
Al igual que Cabral, pero 5 años antes, un soldado español, Juan de Dios, hizo lo propio con San Martín en Arjonilla. Esta acción, que terminó en victoria, fue dirigida por el propio oficial sudamericano y le valió nuevos reconocimientos y ascensos en el escalafón.
Unas semanas después, la guerra continuaba aún, cuando el 18 de Julio de 1808 el ejército de Napoleón es derrotado en Bailén. Una medalla de oro con una leyenda escrita en su banda, y con una corona de laurel sobre dos espadas en cruz le fue dada a San Martín por su conducta valerosa en aquel nuevo contraste de las armas napoleónicas que antes habían triunfado en toda Europa.
San Martín continuó sirviendo al ejército español. Halló derrota en Tudela, y en 1811 las armas del después general vuelven a triunfar en Albuera sobre los invasores; y en ese combate es herido por un sable francés. El ejército español entró victorioso en Madrid. El americano empezaba a ser actor en estos espectáculos de las victorias armadas. Estaba viviendo entonces su séptima jornada de su aprendizaje peninsular.
Al poco tiempo de llegar a Buenos Aires y de haber obtenido su graduación, San Martín fue presentado a algunas de las principales casas de la ciudad, entre ellas la de don Antonio José de Escalada, cuyo hogar refundía la sencillez patriarcal de las viejas familias coloniales con las maneras cortesanas que dejó el virreinato. Aquella casa estaba situada en las inmediaciones de la Catedral y era, como después la de Riglos, centro de la mayor distinción para la sociedad de esa época. Escalada, criollo rico, habíase casado en segundas nupcias con doña Tomasa de la Quintana, mujer elegante y hermosa, cuyas dos hijas, María de las Nieves y María de los Remedios, heredaron la belleza de la madre y la gentileza del padre. María de los Remedios fue la novia de San Martín apenas el coronel de granaderos empezó a frecuentar los aristocráticos salones de la familia.
Era San Martín un hombre de mediana estatura, aunque imponente por su estampa marcial. Tenía su tez morena, ojos negros y de mirada profunda, manos huesudas y largas, elocuente y cauteloso. Escuchaba con interés procurando en la conversación ponerse a tono con sus interlocutores, más atento a aprender que a deslumbrar. Con las damas era cortés y sabía bailar bastante bien, aunque la vida militar le había endurecido un poco las formas.
La novia tenía 15 años cuando lo conoció y ella lo amó con un amor devoto y resignado. Los tiempos eran azarosos y él llegaba para dar batalla en aventuras por tierras fragosas y distantes, pero aún así ella quiso ligar su destino al de aquel hombre.
La casa que más frecuentaba era la de Escalada, atraído naturalmente por el encanto juvenil de Remedios, como es la llamaba. En ese ambiente se formalizaron otros noviazgos. La nueva generación varonil lucía sus flamantes uniformes militares. Allí San Martín formó su duradera amistad con el señor Escalada, y con sus hijos Mariano y Manuel, quienes luego entraron en las milicias y lo acompañaron en sus Campañas de Chile.
Cinco meses después de haber llegado al país, San Martín solicitó la reglamentaria licencia militar para contraer enlace con Remedios de Escalada. El Triunvirato constituido por Pueyrredón, Rivadavia y Chiclana, autorizó la boda, después que hubieron corrido las tres proclamas, sin resultar impedimento. La ceremonia nupcial se realizó el 12 de Setiembre de 1812, en la Catedral de Buenos Aires.
Meses después dejaba la casa porteña de los Escalada para trasladarse a Mendoza. Desde su llegada, San Martín se sintió como renacido y transfigurado. Luego, la dama porteña se encaminaba a través de aquellos desiertos para juntarse con el paladín después de su larga ausencia. Desde el casamiento, pocos meses habían gozado de hogar común. Ahora doña Remedios junto a su esposo, tendrían casa propia en Mendoza. Aquella sería la única temporada larga que viviría cerca de su marido.
La señora de San Martín, una vez instalada en su casa de Alameda, puso en practica el espíritu hospitalario de la casa paterna, alternó con las mejores damas mendocinas, con quienes organizó una sociedad patriótica.
En el segundo año de la residencia cuyana del matrimonio, doña Remedios dio a luz una niña, primera única hija de San Martín, nacida en Mendoza el 24 de Agosto de 1816. A los 7 días la cristianó con el nombre de Mercedes Tomasa, el vicario castrense don Lorenzo Guiraldes, mismo que luego bendijo la bandera de los andes, y que tuvo después la dirección del principal colegio.
A pesar de los muchos trabajos, los días de su Insula cuyana fueron para San Martín los más felices de su vida. A mediados de 1816 escribía confidencialmente a un amigo: “La paz más tranquila reina en esta provincia, gracias a sus buenos y pacíficos habitantes”. Nunca dejó de amar a Mendoza y en el destierro la recordaba siempre, como si ella fuese toda la patria o algo necesario para su vida.